1.1. La ansiedad

Tanto si eres paciente como si eres familiar, tras la remisión del cáncer puedes experimentar miedos, preocupaciones recurrentes o ansiedad. La ansiedad es una respuesta normal de tu organismo, que pone en marcha los recursos que necesita para afrontar una situación difícil. Si la ansiedad se mantiene en el tiempo, puede provocar sobrecarga o agotamiento del organismo que se manifiesta en forma de inquietud, temor, desasosiego, preocupaciones, miedos, incertidumbre, e incluso ciertas afecciones físicas que se describirán posteriormente.

También son comunes las sensaciones de inseguridad y el nerviosismo, así como los pensamientos sobre la manera en que la enfermedad afectará a la propia vida. Como consecuencia de ello podrás experimentar incertidumbre.

Causas de la ansiedad

Es importante que intentes averiguar qué está provocando tu ansiedad. Una causa frecuente es el alejamiento del ambiente médico y hospitalario en el que estuviste inmerso durante la enfermedad, y que pudo servirte de soporte en esa etapa. Es probable que, durante los tratamientos, las numerosas consultas te aportaran seguridad y soluciones a tus dudas, o que hayas sentido el apoyo y la cercanía de tu médico y del equipo de enfermería, que te hacían pensar que había «más ojos pendientes de tu salud».

Además, mientras recibías tratamiento quizá tuviste la impresión de que estabas «haciendo algo» o de que te dirigías «hacia un objetivo». Al acabar experimentarás cierta vulnerabilidad, ya que la actividad disminuye y puedes sentir que pierdes el rumbo, que no tienes un propósito y que el miedo no cesa. Esa pérdida de control es también causa de ansiedad.

En definitiva, una vez alejado del ambiente hospitalario quizá te sientas más vulnerable e inseguro a la hora de tomar el control de tus revisiones y de tu proceso de rehabilitación.

“Cuando se espacian las revisiones empiezas una nueva etapa en la que te sientes como cuando te quitan los ruedines de la bicicleta” Jorge Yuste (paciente)

Además, la reducción del vínculo con el equipo sanitario y de la atención que recibías de tu entorno pueden hacer saltar las alarmas y causarte sensación de desamparo. Ahora pareces estar más solo que nunca vigilando tu salud o la de tu familiar. Por esta causa, al retomar tu vida es común que surjan la angustia, la soledad o la inseguridad, pues sientes amenazado tu bienestar.

Otro motivo que puede alimentar tus miedos y preocupaciones es el recuerdo de la propia experiencia vivida, con la consiguiente sensación de amenaza y malestar y el temor de volver a vivirla de nuevo. Es común el miedo al dolor, a que la enfermedad vuelva, a que suponga una disminución de tu autonomía, a la muerte… Estos temores y su intensidad son muy diversos e incluso pueden cambiar con el tiempo y con las circunstancias. Además, dependerán en cada caso de factores personales y, también, de aspectos relacionados con la experiencia que de la enfermedad.

Después del cáncer, puedes encontrarte en alguna de estas situaciones:

  • Crees que la enfermedad ha vuelto a aparecer cada vez que te notas algún síntoma.
  • Te preocupan algunas molestias a las que antes no dabas importancia.
  • Apenas te implicas en proyectos de futuro por miedo a que la enfermedad regrese.
  • Tienes sensación de falta de control, estrés o ansiedad elevada cuando afrontas diferentes aspectos: el manejo de las secuelas físicas, la rehabilitación más adecuada, el miedo a los síntomas y enfermedades nuevas, que se interpretan como una recaída, el miedo a las revisiones y la tensa espera de los resultados…

Todas estas sensaciones se engloban en el síndrome de la espada de Damocles. El síndrome toma su nombre del personaje griego que, según la leyenda, sintió el miedo al percatarse de que, sobre el trono en el que estaba sentado, había una espada apuntando hacia su cabeza, colgada tan solo de un pelo de crin de caballo.

Damocles sintió miedo al percatarse de que, sobre el trono en el que estaba sentado, colgaba una espada que apuntaba hacia su cabeza

Al darse cuenta de la amenaza que colgaba sobre él, no pudo continuar disfrutando de los agasajos y apetitosos manjares que le ofrecían mientras permanecía sentado en su trono. En psicooncología, se aprovecha esta leyenda para explicar la sensación de miedo constante que describen algunos pacientes y muchos familiares tras el cáncer. El síndrome de la espada de Damocles se refiere, pues, al malestar psicológico del superviviente, causado por una profunda sensación de vulnerabilidad ante la enfermedad, la posibilidad de recaer y las dificultades que se plantean para desarrollar un proyecto vital a largo plazo e, incluso, para disfrutar de la vida.

DAMOCLES

Estos síntomas pueden reavivarse con acontecimientos especialmente normalizados dentro de tu rutina diaria: citas para revisiones, fechas señaladas (aniversarios relacionados con la enfermedad, fecha del diagnóstico, fecha de cirugías), enfermedad en allegados, síntomas físicos, fallecimientos, otros recuerdos y asociaciones personales.

Es importante que tengas en cuenta que los temores disminuyen y tienden a controlarse con el tiempo, a medida que te habitúas a esos acontecimientos y con la progresiva superación de los mismos. No obstante, siempre es adecuado seguir ciertas pautas con el fin de atenuarlos.

¿Qué puedes hacer para evitarla?

¿Cómo evitar estos sentimientos de inseguridad, desamparo, vulnerabilidad, incertidumbre, miedo, que son consecuencia de la falta de control sobre tu propio destino? Una opción es construir una base de confianza desde la que afrontar la situación, que te permita no quedar aferrado a la enfermedad y al pasado y hacer frente a nuevos retos que se presentan en tu vida, aprendiendo de las experiencias anteriores.

Algunas sugerencias que pueden ser útiles para afrontar los miedos, las preocupaciones y la ansiedad son las que ofrecemos a continuación:

  • Definir claramente el motivo de tu temor es el primer paso para poder afrontarlo.
  • Obtener información sobre tu enfermedad, los tratamientos recibidos, las secuelas de los mismos o las herramientas adecuadas para favorecer la rehabilitación. Esto puede ayudarte a tener una mayor sensación de control. Para adoptar un papel más activo y reducir la incertidumbre, infórmate sobre los síntomas que debes controlar y que pueden indicar una recaída, así como sobre aquellos que no tienen por qué referirse al cáncer. Es fundamental que tengas en cuenta que muchas molestias o dolores se deben a otras dolencias diferentes a las del proceso oncológico. De hecho, hay sensaciones que se ven exacerbadas por la focalización de la atención y de la ansiedad. Son tus médicos los que te informarán del riesgo real de recaída. De esta forma, a través de información rigurosa, podrás basar tus percepciones en datos objetivos o en la evidencia, no en intuiciones.
  • Comentar con tu médico y tu entorno estos miedos te ayudará a obtener una información adecuada y a sentir que cuentas con su apoyo, aunque las citas médicas ahora se hayan distanciado.
  • Afrontar los miedos e inseguridades utilizando los apoyos que tengas a tu alcance (acompañamiento de familiares o tareas que te distraigan y relajen).
  • Procurar realizar interpretaciones ajustadas a la realidad, sin dejarte llevar por anticipaciones negativas basadas en el miedo.
  • Concentrar la atención en el hoy, ya que es lo único de lo que puedes estar seguro. Los pensamientos negativos sobre el futuro pueden inmovilizarte o mantenerte en continua alerta, dificultando así que recuperes la normalidad.
  • Retomar actividades y relaciones sociales con el fin de favorecer una dinámica psicológica más saludable que se aleje progresivamente del rol de enfermo y que te genere distracción y bienestar. Opta primero por asumir progresivamente aquellas tareas que te permitan retomar tu autonomía. Encontrarás más información en el epígrafe Relaciones sociales del capítulo 1, Volver a la normalidad.
  • Asesorarte sobre hábitos saludables que fomenten una mayor calidad de vida. Te ayudará a darte cuenta de que son factores controlables y de que te ayudarán a sentirte mejor. Entre ellos, se encuentran la alimentación, el descanso o ejercicio físico.
  • Realizar ejercicio físico adaptado a tus capacidades te ayudará a relajarte y favorecerá tu descanso.
  • Practicar diariamente técnicas de relajación y reducir el consumo de cafeína y otros estimulantes pueden ser opciones válidas para disminuir la ansiedad (ver anexo Técnicas de relajación al final de este mismo capítulo).
  • Seguir un método de solución de problemas eficaz que te ayude a utilizar mejor tus recursos (ver anexo Solución de problemas al final de este mismo capítulo).
  • Realizar actividades agradables y planear momentos distendidos.
  • Permitirte tiempo, no apresurarte a retomar las actividades y volver a la vida cotidiana de una forma gradual.
  • Es importante que tengas presente que, en el caso de recaída, la enfermedad puede volver a tratarse y que las revisiones médicas periódicas facilitan la detección precoz de las recidivas, tal y como explicamos en el capítulo anterior. Tanto si eres paciente como si eres familiar, la proximidad de las revisiones médicas puede agudizar ciertas emociones.
  • El tratamiento farmacológico puede ser de ayuda en muchas circunstancias, pero siempre debes utilizarlo bajo prescripción médica para evitar efectos indeseados.

¿Qué aspectos pueden influir en la ansiedad?

El estrés

Cuando te enfrentas a una situación que te supera y notas que no dispones de recursos suficientes para afrontarla, aparece el estrés. Si se mantiene en el tiempo, genera un desgaste físico notable, cansancio, nerviosismo... De ahí la importancia de utilizar estrategias para retomar el equilibrio y aumentar la sensación de control. La ansiedad es la respuesta emocional más común ante el estrés, que también puede ir acompañado de cierto temor o de un bajo estado de ánimo.

Durante los tratamientos, es posible que hayas estado especialmente atento a las pautas médicas, a evitar productos perjudiciales, a prevenir factores de riesgo y a mantener una alimentación y una actividad física que favorezcan tu recuperación. Esta hiperatención o tendencia a controlar todo lo relativo a la salud puede continuar después de los tratamientos y generar estrés. Igualmente, son causa de estrés la permanente sensación de no controlar todos los factores implicados en mejorar y mantener tu salud.

HIPOCONDRIA 2

La presión social o personal para retomar las actividades que desarrollabas antes de la enfermedad es otro factor generador de estrés. Con el único deseo de verte recuperado lo antes posible, tu familia o allegados pueden incitarte a que te reincorpores a tu rutina o a tu trabajo de forma rápida. También puedes sentir esa presión como consecuencia de los plazos previstos por la Administración o por tu empresa (Ver el epígrafe Reincorporación laboral del capítulo 1, Volver a la normalidad).

Es importante hacer hincapié en que no existe un momento específico para reincorporarse a las actividades que se hacían antes de la enfermedad. Además de la rehabilitación física, necesitarás recuperarte emocionalmente y también socialmente. Cada persona, en función de sus circunstancias personales, sociales, familiares y del tipo de cáncer que haya tenido, iniciará su reincorporación en un momento diferente y necesitará para ello un período de adaptación que también será distinto en cada caso. Tu equipo médico, el personal de tu empresa y tu entorno deberán tener en cuenta estas cuestiones para ayudarte a readaptarte de forma gradual a la vida después del cáncer.

En la mayoría de los casos, darte tiempo suficiente y no apresurarte te permitirá retomar de forma adecuada tus proyectos y adaptarte a los cambios surgidos en los diferentes ámbitos personales.

A continuación te ofrecemos algunos recursos para ayudarte a manejar el estrés:

  • En función del tipo de cáncer que hayas tenido, unas pautas de autocuidado serán más adecuadas que otras. No siempre es necesario atender a tantos aspectos. Te ayudará hablar con tu médico para establecer a qué factores debes prestar atención.
  • No te apresures a la hora de retomar tu vida laboral y sé consciente de tus limitaciones. Es importante que te permitas un tiempo para adaptarte a ellas.
  • Tan adecuado es llevar un estilo de vida saludable, como inadecuado es el estrés que genera la sobreimplicación y obsesión por el mismo.
  • Si las indicaciones del médico suponen hacer muchos cambios en tus rutinas diarias, tómate tiempo para aceptarlos y para que tu entorno se adapte. Es útil el empleo de listas u horarios que reduzcan los olvidos y faciliten seguir las indicaciones del especialista.

El temor ante las revisiones

Es normal que tu estado de ánimo no sea lineal, es decir, que se produzcan ciertos cambios y que tus temores y preocupaciones se exacerben ante las revisiones médicas o mientras esperas los resultados de las pruebas. Tras la remisión es necesario llevar a cabo un seguimiento médico basado en la realización de distintas consultas y exámenes, como análisis de sangre, pruebas de imagen, exploraciones, entre otras.

“Siento nerviosismo ante las revisiones médicas al pensar que pueden no salir bien, sobre todo cuando me hacen un TAC” Juana Zayas (paciente)

La realización de estas pruebas conlleva una sensación de temor e intensa preocupación ante los resultados que experimenta no solo el paciente, sino también las personas más cercanas a él.

Tanto el tipo como la periodicidad de las revisiones vienen determinados por el médico responsable, en función de la enfermedad, su evolución, los tratamientos que se hayan administrado y las características del paciente.

ormalmente, durante el primer año suelen realizarse, aproximadamente, cada tres meses; según avanzan los años el tiempo entre las visitas se va prolongando. Aunque siempre deberás conocer el seguimiento clínico específico que requieres y que será consensuado con tu médico, puedes encontrar más información al respecto en el capítulo 2, Atención médica después del cáncer.

El objetivo de las revisiones es identificar precozmente cualquier posible cambio clínico en la enfermedad oncológica, secuelas de los tratamientos o la aparición de otras enfermedades, así como confirmar la buena continuación del proceso de recuperación. Conociendo estos datos, el médico podrá ajustar la rehabilitación o las terapias de mantenimiento.

Estos son algunos recursos para afrontar el temor a las revisiones:

  • Confiar en el apoyo de los familiares o allegados. Acudir a las revisiones acompañado, si lo consideras necesario, te ayudará a estar más distraído y hará que te sientas más seguro. Además, tu acompañante retendrá aquella información que a ti te haya costado más memorizar.
  • Compartir cualquier duda o síntoma con el equipo médico disminuirá la incertidumbre que suele aparecer cuando te asaltan preguntas. Te ayudará tomar las riendas de tu proceso.
  • Vivir el día a día, evitando que las revisiones se conviertan en hitos que, si se superan, dan «permiso» para continuar viviendo, hará que la enfermedad vaya dejando de ser el centro de tu vida.
  • Comprender que el seguimiento clínico es distinto en cada individuo, en función de sus características y de su proceso, te permitirá no crearte falsas expectativas cuando conozcas el de otras personas cercanas. Así evitarás posibles sentimientos de frustración.
  • Si tienes especiales dificultades, consulta con un psicooncólogo.

El objetivo de todas estas recomendaciones es que el cáncer pase a un segundo plano. No es malo recordar la experiencia vivida como una de las más relevantes en tu vida, siempre y cuando ese recuerdo no te impida recuperarte y adaptarte a tu nueva situación. En el caso de que la ansiedad, los miedos o las preocupaciones supongan un impedimento para retomar la normalidad, quizá sea adecuado que consultes con tu médico o que busques el asesoramiento de un profesional de la psicooncología.

Recuerda que el psicooncólogo puede ayudarte en caso de que surjan pensamientos negativos recurrentes o sientas que te encuentras permanentemente alerta, hipervigilante o haciéndote autoexámenes continuos en busca de posibles síntomas.

Otras consecuencias de la ansiedad

Cuando la ansiedad y la percepción de estrés se mantiene en el tiempo, provoca diversas respuestas o consecuencias ante las que es conveniente estar especialmente atento:

Crisis de pánico: sensación de ahogo, mareos, palpitaciones, temblores… Si ocurren, deberás consultar con tu médico y con tu psicooncólogo.

Irritabilidad: es también una manifestación de la ansiedad. Podrás encontrar consejos para su manejo en el epígrafe La ira en este mismo capítulo.

Bajo estado de ánimo: encontrarás más información sobre cómo abordar esta emoción en el epígrafe La tristeza en este capítulo.

Insomnio o dificultades para conciliar y mantener el sueño: consulta el epígrafe Descanso e higiene del sueño en el capítulo 4, Autocuidado y bienestar físico.

Dificultades para concentrarse y mantener la memoria: tienen que ver con la atención a demasiados estímulos. Para afrontarlas, has de aprender a diferenciar entre lo prioritario y lo accesorio y centrar tu atención en aquellas cosas realmente importantes.

Olvidos frecuentes: para evitarlos, puedes utilizar agendas, alarmas o calendarios donde anotar los momentos importantes.

Síntomas físicos, como dolores de cabeza o abdominales, variaciones en el apetito, tensión muscular, diarreas o necesidad de orinar con más frecuencia, aumento de la percepción de dolor… Tal vez te resulten útiles las técnicas de relajación que pueden ser capaces de reducir la tensión. Si estos síntomas persisten, no dudes en consultarlos con tu médico. Recuerda que la ansiedad también tiene repercusiones físicas, por lo que es recomendable que le prestes una atención especial y pongas en marcha todos los recursos necesarios para abordarla.

 

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